viernes, 13 de noviembre de 2015

IV

Negro como la pez, el crepúsculo decidió ser noche.
Al tribunal dije que solo maté a dos o tres personas, no quise ser superfluo, pero mi duda -no traspasable a gestos racionales- fue que si la tercera fue poseída por una gravedad inhumana, que absuelve mi culpabilidad, o fui yo responsable de las evanescencias que acabaron con su inconstantes ganas de vivir. 
Creer en callejones, como solución a mi falta de expresividad inocente, es pedir mucho al jurado, más aún, escenografiar una ciudad pesada, al margen del crepúsculo, para solventar mi oscuro pesar, es rayar márgenes con rotuladores indelebles, o culpabilizar a la ineternidad de la materia la incontinencia de mis manos ensangrentadas o la impulsividad de mis ganas de matar. Pues bien, en estos perfiles de espejos nació la idea de abrir  bocas, de escudriñar bocas en lo más interno. Para encontrar el origen de los balbuceos inventé esta historia:
Metí mi cráneo, como basura en tolva de camión, en lo mas profundo de tu paladar, y me penetré en lo más oscuro. Y aquí estoy convertido en silencio como domador en boca de león. Perdido. Estoy perdido. Solo espero el fallo.

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